
Vivimos en una época en la que todos tienen voz, pero no todos tienen algo que realmente valga la pena decir. Las redes sociales han dado escenario a millones de personas y, con ello, ha surgido la ilusión de que la mera exposición de la vida personal es suficiente para atraer interés. Los cuerpos son lo que más genera engagement.
Sin embargo, la realidad es otra: a menos que tengas un alcance global, como una celebridad, tu rutina cotidiana difícilmente despertará curiosidad por sí misma.
Mostrar lo que desayunas o el atardecer desde tu ventana no constituye, en esencia, un contenido relevante. Estos detalles solo cobran importancia cuando ya existe una conexión auténtica con quienes te escuchan o te leen; antes de eso, no son más que fragmentos dispersos incapaces de generar un impacto real, lo que lleva a muchos a simplemente deslizar de un perfil a otro.
La filosofía nos recuerda que el ser humano se mueve más por sus necesidades que por la contemplación de lo trivial. El interés de las personas no se centra en ti, sino en el reflejo de sí mismas que descubren en lo que compartes. Dicho de otro modo: la gente no está pendiente de tu vida, sino de cómo tu experiencia, tu conocimiento o tu mirada pueden ofrecer una solución, un alivio o una perspectiva nueva para la suya.
Crear contenido, entonces, no es exhibirse, sino ofrecer. Las personas miran para ver qué les das: si el contenido es bueno y les interesa, se quedarán hasta el final; si no les aporta nada, pasarán de largo. Es comparable a dar un vaso de agua fresca a quien tiene sed: sencillo, directo y profundamente valioso.
El verdadero paso consiste en abandonar la obsesión por parecer interesante y comenzar a ser necesario. El contenido relevante nace de la capacidad de tocar la realidad del otro, de ayudarlo a resolver un dilema, de mostrarle un camino posible o invitarlo a pensar de un modo diferente.
Si eso se hace con constancia y honestidad, llegará el momento en que alguien querrá conocer también los pequeños detalles de tu vida; pero ese reconocimiento será una consecuencia, nunca la base.
En el fondo, la filosofía siempre nos ha enseñado que la existencia no se centra únicamente en el “yo”, sino en el encuentro con el otro. Así ocurre también con el contenido: menos espectáculo y más sentido. Porque cuando decides compartir no para ser visto, sino para ser útil, lo que nace no es solo atención pasajera, sino una relevancia que permanece.