
Hoy, mientras esperaba el autobús, escuché a tres señoras conversando. Hablaban de una de sus compañeras que estaba enfadada con una de ellas. Las amigas intentaban tranquilizarla diciéndole: “Tú no tienes la culpa de nada, ya sabes cómo es ella, siempre busca problemas en todo”.
La aludida, con serenidad, respondió: “Yo estoy en paz, porque no fui yo quien cogió nada”.Me quedé pensando en esa situación. Lo que realmente me llamó la atención no fue la anécdota en sí, sino la actitud de esa otra amiga que, aun estando equivocada, se colocaba en el papel de víctima.
Infelizmente, existen muchas personas así: crean un drama, manipulan los hechos y luego buscan un culpable externo. Si eres capaz de analizar con calma y ver que el problema no eres tú, lo más sabio que puedes hacer es tomar distancia.
No siempre se trata de dar explicaciones ni de demostrar inocencia, sino de proteger tu paz interior.Lo que me asusta es ver cómo hay personas que insisten en buscar lo malo en los demás, incapaces de reconocer que su propio pasado tampoco es tan intachable.
En mi vida, ya perdoné muchas cosas, pero también aprendí que el perdón no significa mantener vínculos con quienes dañan. Con el tiempo tuve que soltar el apego inseguro, esa necesidad de aprobación y socialización que, en el fondo, era una forma de dependencia emocional.
Una cosa es equivocarse y reconocerlo, y otra muy distinta es fingir arrepentimiento mientras se continúa actuando igual. Recuerdo que hace unos años viví una experiencia muy dolorosa: una persona, convencida de que yo no le caía bien, empezó a difamarme bajo la excusa de que “solo hacía un comentario”.
Lo más cruel era que yo escuchaba todo, fingiendo que no me enteraba. Sus burlas eran constantes, y lo hacía sin siquiera conocer mi historia, buscando únicamente desvalorizarme.
Lo peor es que este tipo de personas no se limitan a hablar mal de ti: también son capaces de saludarte con una sonrisa hipócrita, como si nada pasara. Esa dualidad, esa máscara, es lo que más desconcierta.
Con el tiempo entendí que lo que realmente me dolió no fue tanto su actitud en el presente, sino lo que despertó en mí: recuerdos de una infancia donde era tratado de la misma manera. Comprendí entonces que debía romper no solo el vínculo con esa persona, sino también con la herida que arrastraba desde niño.
Descubrí que el mal nunca estuvo en mí, ni estará; lo que existía era un reflejo de su propia oscuridad proyectada hacia los demás. Hoy sé que cualquier persona que dedica años a buscar maldad en otros, solo para sentirse superior o tener la razón, ya muestra su verdadera naturaleza: son individuos que esconden su rencor bajo la apariencia de bondad.
Romper con ellos no es fácil. Duele, confunde y en ocasiones uno siente la tentación de justificarse. Pero la verdad es que no sirve desgastarse intentando demostrar lo que eres o lo que no eres.
Quien quiere malinterpretarte lo hará de todos modos. Al final, lo único que queda es ser coherente contigo mismo, vivir con transparencia y recordar que, en el fondo, esas personas no te envidian por tu imagen externa, sino por algo mucho más profundo: tu autenticidad y tu capacidad de ser libre.