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Aprender sin Ídolos

Siempre he sido una persona curiosa. Cuando dejé atrás el fanatismo religioso, empecé a buscar respuestas con una mentalidad más flexible y ecléctica: flexible, porque me permitía cuestionar mis propias creencias y revisar mis certezas; ecléctica, porque aprendía de distintas corrientes, filósofos y experiencias sin quedarme solo con una. Comprendí que el conocimiento de verdad necesita una mentalidad divergente, capaz de explorar distintos caminos y perspectivas.

Recuerdo situaciones en las que intenté debatir con personas rígidas, que no aceptaban puntos de vista distintos. A veces pienso cómo alguien puede quedar atrapado en sus propias certezas, convencido de que no hay otra forma de ver el mundo.

Es en esos momentos cuando uno comprende la importancia de la reflexión profunda y del autoanálisis filosófico: mirarse con honestidad, reconocer nuestras limitaciones y abrir espacio para nuevas ideas.

De la Gestalt aprendí algo liberador: soltar la necesidad de poner a alguien filósofo, psicólogo o maestro en un pedestal. Todos somos humanos, y todos podemos equivocarnos.

Lo importante es cultivar la autocrítica sin despreciar otras perspectivas y sin confundir lo que creemos como se fuera una verdad absoluta. Esto no solo mejora nuestra comprensión del mundo, sino también nuestras relaciones, porque nos permite escuchar con respeto y aprender de la experiencia ajena.

Quizá la pregunta más importante sea: ¿cómo podemos mantener nuestra curiosidad viva sin caer en la rigidez de certezas absolutas? ¿Cómo aprender de todo y de todos sin perder nuestra propia voz? Para mí, la respuesta está en ser flexible, ecléctico y mantener siempre una mente divergente.

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