
¿Alguna vez te detuviste a pensar en todos esos sueños, ideas o decisiones que abandonaste solo porque alguien te dijo «no puedes» o «eso no es para ti»? A veces, sin darnos cuenta, entregamos el timón de nuestra vida a las opiniones ajenas. Dejamos de intentar, de soñar, de ser nosotros mismos… por miedo al juicio, al rechazo o por esa necesidad de ser aceptados.
Recuerdo muy bien cuántas veces fui cuestionado por lo que hacía. En mi adolescencia, me apasionaba escribir poemas, cuentos breves e incluso canciones. Pero cada vez que compartía algo, escuchaba lo mismo: “¿De verdad lo escribiste tú, o lo copiaste de alguien?” Cuando empecé a estudiar, los desafíos continuaron: me decían que ya era tarde para estudiar, que no tenía sentido esforzarme tanto a mi edad. Algunos incluso insinuaban que solo quería llamar la atención.
Y no, no me victimizo. Sé que hay miles de historias como la mía. Muchas personas han vivido algo similar y, aun así, no se detuvieron.
Vivimos en una sociedad donde el valor de una persona a menudo se mide por la simpatía que genera, no por su autenticidad. Nos volvemos expertos en descalificar el talento ajeno, especialmente cuando la envidia nos muerde por dentro.
Yo decidí enfrentar el miedo a las críticas constantes, a las burlas de quienes se creen superiores. Cuando empecé a publicar libros, hubo quienes me atacaron porque según ellos no vendía ejemplares, porque “no valía la pena escribir”. Lo curioso es que muchas de esas personas apenas me conocían y desconocían mi historia: escribo desde los 15 años de edad, no es algo que empecé ahora.
Después de todo lo vivido, entendí algo fundamental: si dejas tus sueños y deseos en manos de otros, jamás podrás ser tú mismo.
Hoy te invito a hacer una pausa y preguntarte:
¿Qué harías si no tuvieras miedo de lo que piensen los demás?
Tal vez ahí, justo ahí, comience tu verdadera libertad.