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Disputa ilusionaría

La envidia es un sentimiento que se oculta bajo muchas máscaras. Hay quienes la sufren en silencio, consumidos por el deseo de poseer lo que otros tienen. Pero también existen aquellos que, atrapados en su propia distorsión de la realidad, creen que los demás los envidian constantemente, aunque esto no sea cierto.

Este tipo de personas viven en una eterna disputa ilusoria. Se convencen de que son el centro de las miradas ajenas, que cada gesto, cada palabra o cada logro propio despierta en los demás un resentimiento profundo. En su mente, la admiración siempre está teñida de celos, y cualquier desacuerdo se percibe como un ataque motivado por la envidia.

Sin embargo, lo que realmente ocurre es que proyectan su propio sentir. Son ellos quienes experimentan una insatisfacción constante con sus vidas y, en lugar de admitirlo, lo trasladan al mundo exterior. La idea de que los otros los envidian les proporciona un falso sentido de superioridad y les ayuda a evitar enfrentarse a sus propias inseguridades. Es más fácil imaginarse víctima de la envidia ajena que reconocer la propia insatisfacción.

Esta visión distorsionada del mundo los lleva a vivir en una lucha permanente. Se sienten amenazados por críticas inexistentes, ven enemigos donde hay indiferencia y buscan validación de manera compulsiva. Pero la mayor ironía es que, al creer que todos los envidian, refuerzan su propio sentimiento de envidia, atrapándose en un ciclo del que no saben escapar.

Para romper con esta disputa ilusoria, es necesario un ejercicio profundo de autoconocimiento. Reconocer la propia envidia, aceptar las inseguridades y dejar de ver al mundo como un campo de batalla donde todos compiten en una guerra imaginaria. Solo así es posible liberarse de la carga de la comparación constante y comenzar a vivir con autenticidad.

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