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El efecto de la manzana podrida

En todo grupo humano, ya sea en el trabajo, en la familia, en una clase o incluso en un grupo de amigos, puede surgir una figura que, con el tiempo, empieza a influir negativamente en el ambiente: la conocida «manzana podrida». Esta expresión no se refiere a alguien con un mal día o una opinión crítica ocasional, sino a una persona que constantemente irradia negatividad, que ve lo malo en todos, que vive desconfiando, y cuya actitud cínica termina afectando a quienes la rodean.

La persona con esta actitud suele tener una visión distorsionada de la realidad. Ve intenciones ocultas donde no las hay, critica sin aportar soluciones, y encuentra defectos hasta en las buenas acciones de los demás. Se escuda en la idea de ser «realista», cuando en realidad lo que hace es proyectar su amargura interna sobre los otros. Su lenguaje está lleno de sarcasmo, de juicios malintencionados y de comentarios que desmotivan. Nunca celebra los logros ajenos; al contrario, los minimiza o los ridiculiza.

Con el tiempo, su presencia comienza a intoxicar el ambiente. Las personas empiezan a sentirse incómodas, desconfiadas o incluso tristes sin entender por qué. Las conversaciones se vuelven tensas, los chismes aumentan y la motivación disminuye. Y es que la negatividad, al igual que una fruta podrida, tiene un poder contagioso. Si no se identifica y se enfrenta a tiempo, puede afectar la armonía de todo un grupo.

No se trata de excluir a alguien por pensar diferente o por expresar una crítica constructiva. La diversidad de opiniones enriquece. Pero hay una gran diferencia entre alguien que busca construir y alguien que se dedica a destruir desde su propia oscuridad. La manzana podrida no critica para mejorar, sino para derrumbar. No habla para entender, sino para imponer su visión negativa del mundo.

Por eso, es fundamental aprender a poner límites. No siempre se puede cambiar a la manzana podrida, pero sí se puede decidir cuánto poder se le da. Rodearse de personas que suman, que inspiran, que ayudan a crecer, es una forma de cuidar la salud mental y emocional. A veces, alejarse de la negatividad no es egoísmo, es supervivencia.

Porque al final, uno también elige con qué energía quiere vivir. Y si podemos evitar que una manzana podrida arruine el cesto entero, vale la pena intentarlo.

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