BLOG _ ROB

El mito tóxico del «ámate primero para ser amado

Por qué la autoestima se construye en comunidad 

Decirle a alguien que «solo será amado cuando aprenda a amarse primero» suena a sabiduría de autoayuda empolvada, pero encierra una paradoja peligrosa: transformar el amor en una recompensa condicional no solo es ingenuo, sino una forma de violencia emocional disfrazada de empoderamiento. Este mantra, repetido hasta el cansancio, ignora una verdad incómoda: el amor propio no brota mágicamente de un vacío existencial. Se teje en los hilos de nuestras relaciones, en los reflejos de cariño, respeto y cuidado que recibimos de otros.  

 La autoestima no nace en una burbuja: Somos espejos sociales, la idea de que podemos construir una relación saludable con nosotros mismos desde el aislamiento es tan romántica como irreal. Desde la psicología del desarrollo hasta las neurociencias, la evidencia apunta a que nuestra identidad se forma en diálogo con los demás. El famoso “autoconcepto” del que tanto se habla es, en gran parte, un collage de cómo nos han mirado, hablado y tratado a lo largo de la vida.  

¿Cómo creer que valemos si nunca nadie nos demostró valoración? ¿Cómo practicar la autocompasión si nunca recibimos compasión? Como bien señalaba el psicoanalista Donald Winnicott, el «self» surge del «ser visto». Aquellos primeros intercambios con cuidadores sus miradas de admiración, sus palabras de consuelo, sus gestos de protección son los cimientos inconscientes de cómo nos trataremos a nosotros mismos décadas después.  

 El engaño de la autoestima como requisito: Cuando el amor se convierte en examen  

Condicionar la posibilidad de ser amados a un «nivel mínimo de amor propio» es como pedirle a alguien con anemia que corra un maratón para ganarse una transfusión de sangre. Es una trampa circular: ¿Cómo sanar heridas de desamor sin experiencias reparadoras de conexión? ¿Cómo creer en nuestro valor sin testigos que lo validen?  

Este discurso, frecuentemente disfrazado de «responsabilidad emocional», suele convertirse en una herramienta de autoexigencia despiadada. La persona termina aislándose en una búsqueda solitaria de «perfección emocional», creyendo que debe resolver todas sus heridas antes de “merecer” vínculos. Pero ahí está el error: as heridas emocionales no se curan en cuarentena, sino en contacto seguro.  

 La paradoja de los vínculos que nos construyen  

Esto no significa entregar nuestra curación emocional en manos ajenas ni convertir las relaciones en terapias improvisadas. Se trata de entender qué el amor propio y el amor recibido son un ecosistema, no una competencia. Como explica la teoría del apego, necesitamos «figuras seguras» externas para internalizar una base de seguridad interna.  

Imagina un niño aprendiendo a andar en bicicleta: los padres corren a su lado sosteniendo el asiento hasta que, casi sin notarlo, sueltan las manos y el pedaleo se sostiene solo. Así funciona el proceso emocional: los vínculos respetuosos son esos entrenadores temporales que nos enseñan a equilibrarnos, hasta que internalizamos su voz como nuestra propia brújula.  

 Construir desde lo colectivo: Estrategias para un amor propio interdependiente  

1. Busca testigos compasivos: Rodéate de personas que sepan verte con ternura en tus momentos frágiles. No “salvadores”, sino compañeros que recuerden tu luz cuando tú solo ves sombras.  

2.Practica el «nosotros» terapéutico: En lugar de autoanalizarte en soledad, explora tu mundo emocional a través de diálogos seguros. La terapia grupal o los círculos de vulnerabilidad son espacios donde el autoconocimiento se hace en coro.  

3. Reinterpreta tu historia relacional: Haz una lista de momentos en que alguien te hizo sentir valioso/a (un profesor, un amigo, hasta un extraño). Revisita esas memorias como pruebas concretas de tu dignidad.  

4. Sé arquitecto de tus vínculos: Identifica qué relaciones merecen inversión emocional (aquellas que nutren) y cuáles son deudas tóxicas a cancelar. El amor propio también se ejerce poniendo límites.  

 Hacia una ética del cuidado colectivo  

Replantear el mito del «autoamor primero» no es quitar responsabilidad personal, sino humanizar el proceso. Como escribió la filósofa Judith Butler: «El yo no es propiedad privada, sino una negociación constante con los mundos que lo habitan«.  

Nuestro desafío no es convertirnos en islas autosuficientes, sino en archipiélagos interconectados: territorios individuales que se fortalecen mediante puentes de cuidado recíproco. La próxima vez que alguien repita ese cliché de «ámate primero«, recordemos: el amor propio no es el precio de entrada para ser amado, sino el fruto de haber sido amado bien.  

¿Y si en vez de exigir certificados de autoestima, empezamos a ser comunidades que regalan espejos donde reflejar la belleza ajena? Tal vez así, juntos, aprendamos que la verdadera sanación emocional tiene sabor a pan recién horneado: se comparte, se amasa en conjunto y sabe mejor cuando alimenta a muchos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *