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El Precio de la Felicidad Obligatoria

Con la cultura del inmediatismo, siento que nuestras prioridades han cambiado de manera drástica. El éxito financiero y la fama se han convertido en los nuevos dioses, y parece que la humanidad está cada vez más ansiosa por alcanzarlos a cualquier precio. Ya no hay espacio para el sufrimiento, para las quejas emocionales o para el duelo. El dolor ha sido apartado del relato de la vida.

Si me permito mostrar tristeza, enseguida noto miradas incómodas. Todo se etiqueta, con cierto tono burlesco, como “tóxico”. Y quien se atreve a expresar su dolor acaba siendo tachado de “negativo” o “pesimista”. La presión por estar bien todo el tiempo resulta asfixiante. Es como si nos obligarán a ocultar nuestros momentos de oscuridad, como si fueran algo vergonzoso o inapropiado.

En esta carrera, por una felicidad constante, siento que el lado menos alegre de la vida se está maquillando. Es como si cada matiz de tristeza fuera catalogado, etiquetado y empaquetado. Lo que antes era simplemente una experiencia humana, ahora tiene un diagnóstico complicado y, por supuesto, un fármaco que promete alivio.

A veces me pregunto: ¿estamos realmente viviendo? ¿O simplemente anestesiando los “50 tonos de gris” de nuestra existencia? Cada uno de esos tonos, ahora con su propio nombre clínico, parece decirnos que sentir está mal, que cualquier emoción incómoda debe corregirse.

Pero no quiero vivir así. Quiero acoger mi dolor y los de los demás. Quiero abrir un espacio donde la tristeza pueda existir sin miedo al juicio, porque creo firmemente que en ese lado menos luminoso de la vida es donde encontramos aprendizajes profundos. Al final, estamos hechos de luz y sombra, y la vida, con todos sus colores y también con sus tonos grises, merece ser sentida, vivida y respetada.

Rechazo la idea de que el sufrimiento debía esconderse o medicarse a toda costa. Hay una belleza silenciosa en reconocer nuestras vulnerabilidades, en aceptar que a veces no estamos bien, y eso está bien. El dolor, por incómodo que sea, nos enseña, nos transforma y nos conecta. Mi elección es una vida auténtica, en la que la tristeza, el duelo y el sufrimiento tendrán el mismo derecho de existir que la alegría y el entusiasmo.

No necesito diagnósticos para cada uno de mis dolores ni soluciones rápidas para cada incomodidad. Solo necesito espacio para ser, con todos mis tonos, porque vivir plenamente significa abrazarlo todo, sin filtros, sin miedo y comprender que no somos máquinas programadas para la perfección ni para la felicidad constante. Somos seres humanos, con nuestras luces y sombras, con momentos de euforia y días grises. Y en esa dualidad, en la capacidad de sentir todo el espectro de emociones.

Vivir no es huir del dolor, ni disimularlo, ni buscar anestesiarlo a toda costa. Vivir es permitirnos sentirlo, aprender de él y seguir adelante.

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