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¿Estamos realmente preparados para incluir?

Una reflexión sobre la educación y la diversidad funcional

Hace unos días, vi un video que abordaba prácticas pedagógicas en el contexto de la educación inclusiva, especialmente enfocadas en niños con diversidad funcional. El contenido me hizo pensar profundamente, no solo por la sensibilidad con la que se trataba el tema, sino también por una frase dicha por una profesora que me quedó resonando: Aún no me siento preparada para actuar en esta área; no tengo las herramientas necesarias para gestionar estas situaciones.

Esta confesión, tan sincera como valiente, refleja una realidad que atraviesa a muchos profesionales de la educación. La inclusión no es solo un concepto bonito en los documentos oficiales o en los discursos institucionales; es un desafío diario que requiere formación, sensibilidad, recursos y, sobre todo, voluntad. Pero, ¿qué pasa cuando la voluntad está presente, pero faltan las herramientas?

La diversidad funcional no debe ser vista como un obstáculo, sino como una oportunidad para repensar nuestras metodologías, nuestros espacios y nuestras formas de relacionarnos. Sin embargo, sin una capacitación adecuada, muchos docentes se sienten solos, inseguros y, en algunos casos, frustrados ante la complejidad de atender a todos sus alumnos de manera justa y equitativa.

Es urgente que hablemos de esto en los espacios educativos y de salud mental. La inclusión empieza por escuchar las voces de quienes están en las aulas, acompañándolos con formación continua, materiales accesibles y redes de apoyo interdisciplinarias. Al mismo tiempo, debemos seguir trabajando para cambiar paradigmas que aún colocan a la diversidad como una «carga» en lugar de una riqueza.

Nadie nace sabiendo, pero todos podemos aprender. Y en ese proceso, reconocer lo que no sabemos es el primer paso hacia un verdadero cambio.

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