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La Doble Moral de la Indignación

Cuando el Tono Traiciona el Mensaje

Las contradicciones en los movimientos sociales.

A veces, me sorprendo reflexionando sobre cómo nos expresamos cuando queremos luchar por una causa que nos apasiona. Me he encontrado con personas, adoptando un tono tan agresivo, que el mensaje que intentan transmitir pierde su fuerza y coherencia. ¿Cómo puedo hablar de respeto e igualdad cuando mis palabras están cargadas de insultos o desprecio?

Es curioso cómo, en medio de la indignación, caemos en contradicciones. Decimos que buscamos un cambio positivo, pero recurrimos a herramientas que perpetúan el mismo problema que criticamos. Escuchó cosas como ¡Abajo el machismo!, mientras se utiliza un lenguaje violento o burlón contra quienes no comparten la misma opinión. ¿Realmente esto contribuye a la igualdad? ¿O solo alimenta un ciclo de confrontación sin soluciones?

Si afirmo estar en contra del racismo, pero al no estar de acuerdo con lo que dice una persona negra, la insulto con comentarios como:¿Sabes cómo son vistos los negros en nuestro país?, o recurro a la xenofobia o gordofobia.  ¿Eso refleja mis valores? ¿Realmente lucho por un mundo más justo o simplemente reacciona desde el impulso, reproduciendo dinámicas de exclusión que dicen combatir?

A veces, nos dejamos llevar por la emoción del momento y olvidamos que las verdaderas transformaciones requieren de coherencia entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos. La lucha por la igualdad no se trata solo de señalar lo que está mal, sino de ser conscientes de cómo nuestras propias actitudes y palabras pueden contribuir a lo mismo que intentamos cambiar.

Si realmente queremos construir un mundo más inclusivo, debemos empezar por reflexionar sobre nuestra propia forma de interactuar, cuestionar nuestras contradicciones y, sobre todo, aprender a dialogar con respeto, incluso cuando no estemos de acuerdo. Solo así podremos avanzar hacia un cambio real y duradero.

Este tipo de hipocresía no es fácil de reconocer en el momento. Es más cómodo pensar que estoy en lo correcto, que mis palabras están justificadas porque estoy del “lado bueno” de la discusión. Pero, si mi mensaje está lleno de rabia y superioridad inmoral, ¿cómo puedo esperar que alguien me escuche con apertura y respeto?

Reflexionando, me doy cuenta de que es esencial alinear mis acciones con mis valores. Si quiero hablar de respeto, tengo que practicarlo, incluso con quienes no están de acuerdo conmigo. Si deseo erradicar los estereotipos, debo ser cuidadoso con las palabras que uso y evitar caer en actitudes que critico en otros.

No se trata de apagar la pasión o la indignación, sino de canalizarlas de manera que construyan, en lugar de destruir. Al final, el verdadero cambio no viene de gritar más fuerte, sino de hablar con coherencia y empatía. Es algo que sigo aprendiendo día a día, en mi lucha constante por ser congruente con aquello que defiendo.

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