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En las redes sociales, una noticia puede convertirse en juicio y sentencia en cuestión de segundos. Basta que una persona extranjera cometa un error o un delito para que muchos olviden que detrás de una nacionalidad o color de piel no hay una etiqueta, sino una historia. El racismo moderno no siempre grita; a veces se disfraza de comentarios, memes o generalizaciones sutiles que, lejos de construir, siembran odioso disfrazado de opinión.​

Decir frases como: «La skin no falla» es como asumir que “todos son iguales” significa negar las diferencias que enriquecen a la humanidad. Cada persona actúa desde su historia, no por el país que viene . Si permitimos que el color sea el filtro con el que juzgamos, perdemos la capacidad de ver al otro en su esencia. La educación, la empatía y la reflexión son las verdaderas armas contra los prejuicios, porque el racismo no se combate solo con leyes, sino con conciencia, palabra y humanidad.​

Recuerdo una experiencia mientras hacía prácticas en una escuela. Un día, antes de trabajar, fui a comer a un McDonald’s con mi compañero. Cerca de nosotros, un grupo de chicas conversaba hasta que una de ellas se dio cuenta de que su mochila había desaparecido. La única persona que estuvo cerca unos minutos era un hombre blanco de apariencia europea. Nadie sospechó de él; su “piel” actuó como salvoconducto contra la sospecha.

Lo más llamativo llegó después: en la búsqueda desesperada, una de las chicas propuso que quizás alguien de origen marroquí la había robado, aunque en realidad ningún marroquí había entrado allí.

En estos gestos cotidianos se esconde el verdadero peligro del racismo: su normalización. Solo cambiaremos nuestra realidad cuando aprendamos a mirar más allá de la piel ya detectar las trampas cognitivas que nos hacen ver amenazas donde solo hay diferencias.

La lucha contra el racismo comienza en lo cotidiano, en cada conversación y en cada silencio elegido. La justicia social no será real mientras la piel siga siendo usada como excusa para dividirnos. No hay raza superior ni inferior; solo una humanidad diversa que aprende o fracasa junta.

Construyamos un espacio donde “la piel si falla” desaparece como recurso para desconfiar. La historia de una persona no se lee en su piel, sino en sus actos y palabras.

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