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Entre el Discurso y la Acción

El mayor desafío al hablar de salud mental radica en la desconexión entre el discurso y la acción. Vivimos en una época en la que la conversación sobre el bienestar emocional ha ganado visibilidad, pero, irónicamente, también se ha convertido en un producto comercializable. Se habla mucho, se escribe más aún, y se producen infinitos recursos que prometen soluciones inmediatas. Sin embargo, lo que realmente transforma vidas, la práctica constante, el acompañamiento genuino y el compromiso con la realidad de cada persona queda relegado a un segundo plano.

La salud mental no debería ser un eslogan ni una moda. Es un compromiso profundo que va más allá de lo superficial y exige acciones concretas. Reflexionar sobre esta discrepancia nos lleva a preguntarnos: ¿qué estamos haciendo, como sociedad e individuos, para cerrar la brecha entre lo que decimos y lo que realmente hacemos? Porque, al final, cuidar la mente no es una cuestión de consumo, sino de humanidad.

En los últimos años, el número de personas que hablan sobre salud mental ha crecido considerablemente. Esto, en principio, es positivo, ya que se visibiliza un tema que antes permanecía en la sombra. Sin embargo, también hemos visto cómo se ha convertido en una herramienta para ganar visibilidad en las redes sociales y generar ingresos. Temas como la autoayuda vinculada al amor, la religión o la espiritualidad siempre han sido fuentes lucrativas, y ahora, lamentablemente, la salud mental también se encuentra en ese terreno.

Esto plantea una pregunta esencial: ¿mi discurso sobre salud mental busca realmente romper estigmas sociales y generar un cambio significativo, o es solo un medio para ganar reconocimiento y dinero aprovechando un nicho rentable?

Además, hemos escuchado historias de asociaciones y fundaciones que se apropian de esta causa con fines publicitarios, mientras los recursos rara vez llegan a quienes realmente los necesitan. En lugar de brindar apoyo efectivo, muchas organizaciones se limitan a utilizar eslóganes vacíos para su beneficio.

Un ejemplo que ilustra esta incoherencia lo encontré en una entrevista con una joven que padece un trastorno de personalidad. Ella expresaba su deseo de recibir atención psicológica en catalán, su lengua materna, algo que le fue negado. Más allá de la barrera lingüística, lo preocupante fue el trato recibido: la indiferencia y la falta de sensibilidad por parte de los profesionales. Esto ocurrió en Cataluña, donde hablar catalán debería ser algo natural en el sistema sanitario.

La joven relató cómo, en un centro de salud mental que se jactaba de combatir los estigmas, una psiquiatra la culpó de ser «el problema» debido a su diagnóstico. Según ella, el centro justificó su negativa argumentando que no tenían profesionales que hablaran catalán, ignorando el impacto emocional que esto tenía en su paciente.

Este caso pone en evidencia la incoherencia entre lo que se predica y lo que se practica. Hablar de salud mental no es suficiente; necesitamos acción genuina y un compromiso auténtico para construir una sociedad más empática y responsable.

Quizás este relato pueda parecer una tontería para algunos, pero es solo uno de los tantos casos en los que los pacientes enfrentan negligencias aún más graves. Existen situaciones donde las personas reciben diagnósticos erróneos, son tratadas con violencia psicológica o incluso son ignoradas por completo. Estos episodios no solo vulneran los derechos de los pacientes, sino que también perpetúan el estigma y la desconfianza hacia los servicios de salud mental.

Hablar de salud mental no es suficiente. Necesitamos acciones concretas y un compromiso genuino para garantizar que el cuidado emocional no sea solo un tema de conversación o marketing, sino una prioridad real. Construir una sociedad más empática y responsable exige que pasemos del discurso a la práctica, respetando la dignidad de cada persona y sus necesidades únicas.

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